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¿Quién dijo que los chicles no ‘caen’ de los árboles? Una especie milenaria, que también se cultiva en Ecuador, es el origen de la goma de mascar

Cada vez que llega octubre y veo en la hacienda Cañas al fabuloso árbol de chicle, llamado vulgarmente chicozapote o níspero (Manilkara zapota) cargado de frutos, no pierdo la oportunidad de acariciarlo como se lo hace con un caballo o un toro y recuerdo al mismo tiempo su antigua historia.

Este bello árbol pertenece a la familia Sapotaceae, la misma de otros frutos como el caimito, mamey, canistel, cauje y lúcuma.

Es un árbol milenario y también sagrado para los mayas, originario del sur de México, especialmente del estado de Quintana Roo, donde aún abunda, y de la selva del Petén en Guatemala y Belice.

Los mayas tenían la costumbre de sacar el látex del tronco haciéndole incisiones oblicuas parecidas a las que se hace hoy con el árbol de hule o caucho, luego hervían el líquido para que se torne una goma que llamaban ‘tzitcli’, de donde viene el nombre de ‘chicle’, y posteriormente lo mascaban indefinidamente para limpiarse la boca antes de las ceremonias y para mitigar la sed y el hambre.

Todo esto observó el inventor americano Thomas Adams, quien en 1860 agregándole azúcar y saborizantes a esta goma inventó el famoso Chiclets Adams.

Más tarde en 1898 Willian Wrigley se hizo famoso al agregarle menta a la goma de mascar y al enviarle de regalo cuatro chicles a 1’500.000 personas en Estados Unidos, por lo que su foto apareció en la revista Time en octubre de 1929.

Durante la Primera Guerra Mundial se dio un notable auge del chicle por las campañas que decían: «Mascar chicle baja la tensión y mitiga la sed y el hambre», tanto así que en las raciones del ejército de Estados Unidos siempre se incluía chicle.

Todo el chicle en esa época provenía de los millones de árboles silvestres existentes en México, lo que hizo famoso a los chicleros, hombres que extraían de la selva el valioso chicle.

Cortes del árbol de chicle. Foto: Cortesía

Desde mediados del siglo pasado la competencia de los chicles a base de derivados de petróleo ganó mercado a los chicles orgánicos o naturales, pero aún siguen extrayendo chicle y con grandes esfuerzos unas pocas cooperativas en las últimas selvas de México en Campeche y Quintana Roo.

Cada árbol produce aproximadamente 2 kg de chicle, pero luego de su extracción no se puede volver a extraer hasta tres años después, una vez que cicatrice la herida del tronco.

En dichas selvas desgraciadamente habita también la ‘mosca chiclera’, llamada también ‘jején’ (lutzomia) que más parece un mosquito y que transmite un parásito que causa la enfermedad leishmaniasis, que causa úlceras en las orejas de los chicleros, por eso a algunos de ellos les falta un pedazo de oreja.

Y todo esto mientras aquí en Ecuador nosotros disfrutamos de comer los deliciosos frutos del árbol de chicle, llamados nísperos o chicozapotes, ricos en fibra, antioxidantes, vitaminas A y C, y muchos minerales beneficiosos para la salud humana.

Frutos del árbol de chicle. Foto: Cortesía
Sergio Cedeño Amador
Sergio Cedeño Amador
Miembro de la Academia de Historia del Ecuador
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