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lunes, junio 23, 2025

EDITORIAL

Comunicar con responsabilidad: un deber en democracia

En los momentos más delicados de una nación, ya sea por una crisis social, una emergencia institucional o un proceso de transición política, la palabra del poder no puede ser ligera. La comunicación gubernamental, lejos de ser un accesorio, se vuelve un acto de responsabilidad con la ciudadanía, con la democracia y con la historia.

En especial, cuando se trata del presidente de la República, cada declaración pública se convierte en un acto de Estado. Por ello, más que nunca, se necesita de una voz que inspire calma, oriente con claridad y no ceda al ruido de los comentarios ni a la tentación del protagonismo. Un jefe de Estado que se exprese con serenidad y prudencia es un líder que fortalece la institucionalidad.

Sin embargo, no toda comunicación debe depender de una sola figura. Las democracias modernas reconocen el valor de contar con voceros o voceras oficiales que canalicen los mensajes del gobierno con precisión, equilibrio y profesionalismo. Esta figura, lejos de ser decorativa, cumple un papel estratégico: permite cuidar el tono del discurso público, evitar contradicciones internas, y preservar la imagen presidencial de desgastes innecesarios.

Hoy más que nunca, nuestro país necesita una vocería que no se agite ante la presión, que no responda con soberbia ni improvisación, sino con datos, con apertura, y sobre todo, con respeto a la inteligencia ciudadana. Porque en tiempos de crisis, una vocera ecuánime puede ser la diferencia entre la confusión y la claridad, entre el enfrentamiento y la búsqueda de consensos.

Desde El Costanero creemos firmemente en el poder transformador de una ciudadanía informada, crítica y activa. Por eso impulsamos la creación de la Escuela de Ciudadanía, un espacio para formar y dialogar sobre lo que significa gobernar, comunicar, participar y construir país desde lo colectivo.

Hoy, más que nunca, urge aprender a leer los discursos del poder, a exigir transparencia y a reconocer cuándo la palabra se convierte en herramienta de cohesión o de fractura. Porque gobernar bien también es comunicar bien. Y comunicar bien, es respetar a quien escucha.

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