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Quinta Avenida de Nueva York: 200 años de historia, lujo y memoria urbana

Una avenida que no solo se recorre, se vive; dos siglos marcando el pulso, la elegancia y el imaginario de la Gran Manzana.

La ciudad late distinto cuando se camina por la Quinta Avenida. Hay algo en su trazado, en sus fachadas, en el bullicio constante y en las miradas curiosas que revela que no es una simple calle: es memoria viva, es escenario y es protagonista. En este 2025, Nueva York celebra los 200 años de su icónica Quinta Avenida, y lo hace con la emoción de quien honra su propia columna vertebral.

Desde su nacimiento en 1825 como parte del ambicioso Commissioners’ Plan, esta arteria se convirtió en una línea de tiempo donde conviven mansiones del pasado, vitrinas del presente y sueños del futuro. A lo largo de más de 10 kilómetros, la Quinta atraviesa realidades tan diversas como su propia historia: desde Washington Square Park en el sur hasta Harlem River Drive en el norte, pasando por algunos de los espacios más representativos del espíritu neoyorquino.

Pocos imaginarían que, antes de transformarse en símbolo de elegancia y comercio global, la Quinta Avenida y sus alrededores acogieron escenas rurales propias de otro tiempo. En pleno siglo XIX, especialmente en las zonas que hoy conforman Midtown y el Upper East Side, era común ver rebaños de ovejas y ganado pastando libremente. Un ejemplo emblemático es el Sheep Meadow, en la calle 66 junto a la Quinta, un prado dentro de Central Park donde desde 1864 hasta 1934 pastaban ovejas reales como parte de la visión pastoral de los diseñadores del parque, Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux. Las ovejas eran atendidas por un cuidador y se alojaban por las noches en el llamado Sheepfold, que décadas más tarde se convertiría en el restaurante Tavern on the Green. Durante la Gran Depresión, temiendo que los ciudadanos hambrientos las capturaran como alimento, el rebaño fue trasladado al zoológico del parque. Este episodio, a menudo olvidado, revela el contraste fascinante entre el pasado bucólico y el presente cosmopolita de una avenida que pasó de los pastizales al lujo sin perder su carácter simbólico.

A paso firme por la Quinta Avenida. En su bicentenario, esta arteria de Nueva York sigue siendo un escenario cotidiano donde convergen culturas, estilos y ritmos de vida. Cada cruce peatonal es una postal viva del espíritu neoyorquino: diverso, dinámico y en movimiento constante. Foto El Costanero
A paso firme por la Quinta Avenida. En su bicentenario, esta arteria de Nueva York sigue siendo un escenario cotidiano donde convergen culturas, estilos y ritmos de vida. Cada cruce peatonal es una postal viva del espíritu neoyorquino: diverso, dinámico y en movimiento constante. Foto El Costanero

Una celebración con rostro humano y arquitectura de leyenda

La conmemoración del bicentenario no es solo un acto institucional: es una vivencia que se respira en cada paso. Exposiciones al aire libre, recorridos guiados, festivales culturales y homenajes ciudadanos llenan estos días de una energía especial. Porque cada edificio, cada cruce, cada banco sobre la acera esconde historias que la ciudad no ha querido olvidar.

Uno de los puntos más emblemáticos es la intersección de la Quinta Avenida con la calle 42, donde se alza la majestuosa Biblioteca Pública de Nueva York. Sus leones guardianes, Patience y Fortitude, se han vuelto símbolos de resiliencia y sabiduría. Justo ahí, en pleno Midtown, la ciudad se toma una pausa para leer su propio relato.

Unos pasos más al norte, el Empire State Building domina el paisaje con su silueta de acero y piedra. Inaugurado en 1931, este rascacielos art déco fue durante décadas el edificio más alto del mundo, y aún hoy sigue siendo una postal obligatoria.

En contraste con la verticalidad moderna, la Catedral de San Patricio ofrece un espacio de recogimiento neogótico frente al bullicio urbano. Su fachada blanca, entre escaparates y torres corporativas, recuerda que la fe también tiene su lugar en medio del progreso.

Moda, arte y leyenda

El tramo entre las calles 49 y 60 transforma la avenida en una pasarela de lujo. Tiffany & Co., Saks Fifth Avenue, Bergdorf Goodman, entre otras marcas emblemáticas, visten las vitrinas con el mismo esmero con que se visten los sueños. En diciembre, este sector se convierte en un escenario navideño mundialmente reconocido, con el Rockefeller Center y su pista de hielo como epicentro del asombro.

Y como si fuera poco, la Milla de los Museos regala a la ciudad una de las ofertas culturales más ricas del planeta. El Museo Metropolitano de Arte (The Met), con sus dos millones de obras, y el Museo Guggenheim, con su icónica espiral diseñada por Frank Lloyd Wright, invitan a recorrer el mundo sin salir de la Quinta Avenida.

En el extremo sur de Central Park, el legendario Plaza Hotel pone el broche de oro a esta sinfonía urbana. Hospedarse allí es tocar un pedazo de historia; mirarlo, es recordar que la elegancia sigue teniendo dirección fija en Manhattan.

Una calle, muchas ciudades

En estos 200 años, la Quinta Avenida ha sido escenario de desfiles patrióticos, manifestaciones ciudadanas, celebraciones religiosas, protestas por derechos civiles y momentos históricos televisados al mundo entero. Ha visto a la ciudad caer y levantarse. Ha sido testigo de pandemias, apagones, maratones y memorables inviernos bajo la nieve.

Y hoy, al cumplir dos siglos, no solo se celebra su pasado. Se celebra su capacidad de reinventarse, de acoger a millones de personas cada año, de reflejar las transformaciones sociales y culturales de una metrópoli que no duerme pero sí recuerda.

Una avenida que nos camina

En palabras de Jane Jacobs, “las calles y sus aceras son los órganos principales de una ciudad.” La Quinta Avenida, entonces, no es solo una calle: es el corazón que bombea historia, arte, comercio y cultura. Es donde se encuentran el neoyorquino apurado, el turista fascinado, el trabajador invisible y la ciudad misma en todas sus formas.

En su bicentenario, la Quinta nos recuerda que caminarla es una forma de comprender a Nueva York. Y celebrarla, es celebrar la vida urbana en su máxima expresión.

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