En el año 1788, Inglaterra encargó al capitán William Bligh viajar a Tahití, en la Polinesia, navegando 14.000 millas náuticas a bordo del barco Bounty, acompañado por 46 marineros, incluidos dos botánicos. La misión: recolectar plantas de “fruta de pan” o breadfruit (Artocarpus altilis) y trasladarlas a las islas británicas del Caribe para que sirvieran de alimento a los esclavos africanos que trabajaban en los cañaverales de azúcar.
Durante el viaje al Caribe, en 1789, un grupo de marineros se amotinó, arrojó los arbolitos al mar y dejó a la deriva al capitán Bligh junto a 16 de sus hombres. Este hecho pasaría a la historia, e incluso al cine, como El motín del Bounty.
Milagrosamente, Bligh logró salvarse, regresó a Inglaterra y emprendió un segundo viaje de diez meses a Tahití, esta vez en el barco Providence. Finalmente, el 23 de enero de 1793, arribó a la isla caribeña de Saint Vincent, donde sembró 50 árboles, cuyos descendientes aún existen en su Jardín Botánico. Los árboles restantes fueron sembrados en Jamaica el 5 de febrero del mismo año, en lo que hoy se conoce como “Bath Gardens”.
Los amotinados del Bounty se refugiaron en la paradisíaca Tahití, pero posteriormente fueron capturados; algunos de ellos fueron llevados a Inglaterra y ahorcados.
Fruta de pan: pan de hoy y del futuro
William Bligh regresó a Inglaterra como un héroe, reconocido por su extraordinario viaje de supervivencia. Falleció el 7 de diciembre de 1817 y está enterrado en Londres, en una tumba coronada simbólicamente con una fruta de pan.
Hoy, 232 años después de su llegada a América, el breadfruit es un alimento muy popular en todas las islas del Caribe debido a su excelente sabor. Con su fruto se preparan innumerables platos como patacones o tostones, chifles, y, a partir de su harina, tortillas, empanadas, ensaladas, panqueques, waffles, pan, entre muchos otros. Pero lo más importante es su alto valor nutricional: es una fuente significativa de energía, fibra, vitaminas y micronutrientes, además de ser naturalmente libre de gluten.

Por todo esto, este formidable y bello árbol, que puede producir más de 200 frutos por año, de aproximadamente 2 kg cada uno, lo que equivale a entre 30 y 50 toneladas por hectárea, es considerado el “árbol del futuro”, con el potencial de combatir el hambre en los países más pobres. Se estima que un solo árbol puede alimentar a una familia de cinco personas.
La organización Trees That Feed Foundation, con sede en Chicago, realiza una labor encomiable: desde hace 16 años dona árboles de breadfruit a más de 20 países en el Caribe y África, enseñando además a los agricultores una gran variedad de recetas para su consumo.