Cuando un ecuatoriano vive lejos de su tierra, la comida se convierte en una forma de volver a casa. En cada preparación casera que emula los sabores de la infancia hay una oportunidad de reconectar con la familia, la cultura y los afectos. Y entre todos esos sabores, hay uno que evoca con fuerza la identidad nacional: el seco. Su aroma, su color y su sazón condensan la riqueza de una gastronomía diversa, viva y profundamente emocional.
Origen popular y lingüístico
El seco es un plato principal de la cocina ecuatoriana, especialmente típico de la región Costa. Su nombre tiene un origen curioso que se remonta a principios del siglo XX. En la Península de Santa Elena, durante las primeras explotaciones petroleras, los trabajadores británicos que operaban en un campamento se referían al segundo plato de la comida como second. Los trabajadores locales, al no entender del todo el término en inglés, lo deformaron fonéticamente como “seco”.
Este malentendido lingüístico se fue arraigando y, con el tiempo, “seco” dejó de ser una confusión para convertirse en el nombre oficial de uno de los platos más queridos del Ecuador. Un ejemplo más de cómo las culturas se cruzan, se reinterpretan… y terminan sazonando la historia.
El sabor de lo nuestro
A pesar de su nombre, el seco es un guiso jugoso, cocido lentamente con una base de cebolla, ajo, pimiento, tomate, achiote y comino. Según la región o el hogar, puede llevar cerveza, chicha de jora o jugo de naranjilla como ingredientes líquidos que realzan su sabor y espesan la salsa.
Tradicionalmente, se preparaba con carne de chivo o gallina criolla, aunque también son comunes las versiones con res, cerdo, pollo o borrego. En la Costa, la cerveza otorga al guiso un sabor intenso y profundo; en la Sierra, se incorpora panela para equilibrar con un matiz dulce.
El plato se sirve siempre acompañado de arroz amarillo, plátano maduro frito, yuca o aguacate, creando una combinación sabrosa y contundente, ideal para celebraciones, reuniones familiares o el menú diario.
Nuevas proteínas, la misma alma
En los últimos años, el seco ha demostrado ser un plato resiliente y adaptable. Las nuevas generaciones, influenciadas por prácticas alimentarias contemporáneas, han comenzado a preparar versiones vegetarianas y veganas que respetan la esencia del guiso. Así, ingredientes como tofu, champiñones o soya texturizada han empezado a ocupar el lugar de la carne, en propuestas que conservan el sofrito tradicional, los condimentos y el acompañamiento clásico.
Estas adaptaciones no solo responden a tendencias globales, sino que muestran la capacidad del seco para mantenerse vigente en el tiempo, conservando su espíritu ecuatoriano en cada cucharada.
El seco en la memoria migrante
En ciudades como Nueva York, Barcelona o Buenos Aires, los ecuatorianos de la diáspora han convertido al seco en un puente cultural. Prepararlo o compartirlo es un acto de identidad: una forma de enseñar a las nuevas generaciones quiénes somos y de resistir al olvido desde el fogón. En restaurantes y hogares migrantes, el seco ha viajado lejos, pero sigue hablando el mismo idioma: el de la raíz.
Un plato que cuenta historias
El seco no es solo una receta. Es parte de la memoria colectiva del Ecuador. Es cocina mestiza, es historia oral, es creatividad popular. Es un símbolo del sabor que nos une, nos representa y nos trasciende.
Ya sea con chivo, pollo, pescado o tofu, el seco sigue siendo una celebración del Ecuador profundo: un país que se sienta a la mesa con sabor, memoria y orgullo.