Este tiempo de Cuaresma y, en especial, la Semana Santa —la Semana Mayor del calendario litúrgico—, es para muchos fieles un llamado profundo a la reflexión, la renovación espiritual y la conexión con lo sagrado. En Santa Elena, Ecuador, ese llamado se transforma en pasos firmes y oraciones que viajan hasta el mar. Así se vive cada Martes Santo la emotiva Procesión del Baño de la Cruz, una tradición que abraza lo divino desde la tierra hasta las aguas del océano Pacífico.
A las 14:00, cientos de devotos emprendieron su camino desde la Catedral Emperatriz de Santa Elena con una sola misión: acompañar a la cruz, símbolo de entrega y esperanza, hasta el balneario de Ballenita. Son más de tres kilómetros de peregrinación marcados por el silencio, los cánticos y las súplicas del corazón.
memoria viva de una espiritualidad que encuentra en el mar no solo un sustento, sino también un altar
Una imponente cruz de madera, de más de cuatro metros de altura, es llevada en hombros por creyentes que ven en ella no solo la representación del sacrificio de Cristo, sino también un puente entre lo humano y lo divino.
La procesión arribó al mar alrededor de las 16:00, donde un grupo de pescadores, guardianes de esta tradición, recibió la cruz y la sumergió en el océano como símbolo de purificación, fe y agradecimiento a la naturaleza. Al llegar al mar, los pescadores del lugar —herederos de esta tradición— reciben con respeto la cruz y la sumergen en el océano, como ofrenda de fe y gratitud por la vida, el trabajo y la naturaleza.
El Baño de la Cruz no es solo un rito ancestral. Es un acto que une a la comunidad, que detiene el tiempo y permite que la fe se sumerja con fuerza en las aguas salinas. Es memoria viva de una espiritualidad que encuentra en el mar no solo un sustento, sino también un altar. En Santa Elena, la fe no se ahoga: flota, reposa y renace con cada ola.
