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miércoles, julio 30, 2025
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Mafalda y Juan Pueblo: una visita que convierte las fiestas julianas en conciencia de ciudad

Entre banderas y gorritos de papel, la ciudad escucha una vieja verdad: sin ciudadanos despiertos no hay futuro

Las fiestas julianas suelen estar llenas de desfiles, música y orgullo local, pero este año algo rompió la rutina: la llegada de Mafalda a Guayaquil. La niña de Quino, que desde hace más de medio siglo desarma certezas con preguntas incómodas, pisó la ciudad y, con ella, inevitablemente se cruzó la sombra de Juan Pueblo. Porque hablar de Guayaquil es hablar de él: el personaje que desde hace más de cien años encarna no solo la identidad de la urbe, sino también su capacidad de caer, levantarse y volver a cuestionarse.

De caricatura crítica a símbolo cívico

Juan Pueblo no nació para la postal turística. Surgió en 1918 de la pluma de Virgilio Jaime Salinas en El Telégrafo como la voz de un ciudadano pobre, cansado y crítico frente a la corrupción. Era el espejo de un pueblo que sabía que nadie vendría a rescatarlo. En 1945, Miguel Ángel Gómez Cruz lo llevó a las páginas de El Universo en la serie Lo que se ve, manteniendo su filo incómodo y directo.

Juan Pueblo, el ícono centenario de Guayaquil.
Juan Pueblo, el ícono centenario de Guayaquil.

En 1966, Luis Peñaherrera “Robin” lo transformó en el rostro que conocemos: guayabera blanca, pantalón celeste y gorrito de papel con estrella. Dejó de ser solo queja y se convirtió en civismo, esperanza y trabajo. En 1992, cuando Guayaquil estaba hundida en el desorden urbano y la inseguridad, la administración de León Febres-Cordero lo convirtió en emblema de la campaña Ahora o nunca, Guayaquil vive por ti. Fue el primer gran grito de alerta: la ciudad se salvaría solo si el ciudadano despertaba.

Un símbolo que no puede dormirse

Desde entonces, Juan Pueblo ha estado en canciones, campañas, estatuas y desfiles. Pero hoy, más de un siglo después, ¿qué nos dice? Guayaquil vuelve a enfrentar tensiones políticas y un cansancio ciudadano que recuerda los tiempos previos a su reconstrucción. Las periferias siguen esperando agua y seguridad, mientras el marketing urbano intenta mantener vivo el orgullo. Juan Pueblo no puede convertirse en souvenir; debe seguir siendo advertencia.

Mafalda viaja en un bus turístico por la ciudad de Guayaquil junto a lectores del periódico El Universo que le dieron una calurosa bienvenida. Foto: El Universo de Guayaquil
Mafalda viaja en un bus turístico por la ciudad de Guayaquil junto a lectores del periódico El Universo que le dieron una calurosa bienvenida. Foto: El Universo de Guayaquil

Mafalda frente al espejo guayaquileño

Por eso, la visita de Mafalda no es un acto cultural cualquiera: es un golpe de realidad. Ella no vino a posar; vino, como siempre, a preguntar donde duele. Imaginemos el cruce con Juan Pueblo:

Mafalda: “Más de cien años llevas aquí, Juan. ¿Qué se siente cargar con toda una ciudad en los hombros?”
Juan Pueblo: “Se siente pesado. Nací para gritar contra la corrupción, crecí como símbolo de civismo y hoy soy memoria. Pero me preocupa que el pueblo olvide que la ciudad es suya.”
Mafalda: “Entonces no eres un dibujo simpático. Eres la advertencia de que Guayaquil no se construye con discursos, sino con ciudadanos despiertos.”
Juan Pueblo: “Exacto. Mi gorrito de papel no es para desfilar; es para recordarle a la gente que si baja la cabeza, la ciudad vuelve al caos.”

Un llamado urgente

Hasta el cierre de esta nota, no hay registro de que Mafalda y Juan Pueblo se hayan encontrado físicamente durante la gira. Pero el mensaje ya está en el aire: es el choque entre dos voces nacidas para incomodar y recordar que el civismo no se celebra en un desfile ni se pinta en una valla. Se practica. Se exige. Se construye cada día.

Guayaquil logró levantarse una vez desde el caos porque su gente se apropió de la ciudad. Hoy, cuando la desconfianza y el ruido político amenazan con apagar ese espíritu, el mensaje de Juan Pueblo sigue siendo el mismo que en 1918: si el pueblo duerme, la ciudad se pierde. Y la voz de Mafalda lo clava como una verdad incómoda:

“¿De qué sirve cantar con gorritos de papel si olvidamos que la ciudad no se salva con canciones, sino con ciudadanos despiertos?”

No es solo una crónica cultural ni un recuerdo histórico. Es una advertencia. Porque Mafalda y Juan Pueblo, juntos o separados, nos recuerdan que una ciudad sin conciencia ciudadana está siempre a un paso de volver al caos.

 

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