Nueva York tiene muchas caras. Es ruidosa, apresurada, a veces cara y muchas veces caótica. Pero también es vibrante, creativa, diversa y absolutamente inolvidable. Y hay algo que la ha mantenido viva, incluso en sus momentos más oscuros: el turismo.
Sí, esa avalancha constante de visitantes que llenan los parques, museos, musicales, tiendas y pizzerías de dólar, es mucho más que una fuente de ingresos. Es también una fuente de orgullo, de identidad y de reinvención. ¿No nos crees? Miremos dos momentos clave en la historia de la ciudad que lo demuestran.

La manzana que todos querían morder
En los años 20, un periodista deportivo llamado John J. Fitz Gerald empezó a usar una frase que escuchó en los hipódromos: “la gran manzana”. Para los jockeys, competir en Nueva York era llegar a lo más alto, al premio mayor. Fitz Gerald lo escribió en sus columnas, y así nació uno de los apodos más famosos del planeta: La Gran Manzana.
Décadas después, cuando la ciudad enfrentaba una crisis económica y social en los años 70, el Departamento de Turismo rescató ese apodo con una campaña que buscaba atraer visitantes. “The Big Apple” sonaba optimista, glamorosa y llena de promesas. Y funcionó. El turismo comenzó a florecer otra vez, y con él, la ciudad empezó a levantarse.
Porque en esta ciudad, aunque el metro llegue tarde o el café cueste 7 dólares, hay algo que hace que todo valga la pena.
Un logo, un latido
Poco después, en ese mismo periodo complicado, un diseñador gráfico llamado Milton Glaser creó el legendario “I ❤️ NY”. Lo dibujó en una servilleta, gratis, y sin imaginar que su diseño se volvería eterno. Ese logo no solo ayudó a promocionar la ciudad. Se convirtió en un símbolo emocional: una forma de decir “esta ciudad es difícil… pero es nuestra y la amamos”.
Después del 11-S, cuando el dolor parecía imposible de procesar, el logo regresó con más fuerza: “I ❤️ NY More Than Ever”. Porque sí, el turismo también puede ser una forma de sanar.

Turismo que deja huella
Hoy, miles de personas viajan a Nueva York cada día. Vienen por la Estatua de la Libertad, por el arte, por la comida, por los musicales, por la historia… pero también por el sentimiento. Porque en esta ciudad, aunque el metro llegue tarde o el café cueste 7 dólares, hay algo que hace que todo valga la pena.
El turismo trae empleos, inversión, intercambio cultural, energía. Pero también trae algo más valioso: recordarle a la ciudad lo increíble que es, incluso cuando se le olvida.
Así que sí, el turismo puede fortalecer la economía, pero sobre todo, fortalece el alma. Y Nueva York es el ejemplo perfecto de cómo una ciudad, con todos sus defectos, puede convertir su caos en carácter, su ruido en ritmo, y su corazón… en una manzana gigante que el mundo entero quiere morder.