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Agentes de la descomposición

Cuando el cuerpo social pierde su oxígeno

Al igual que ocurre en el cuerpo físico una vez que la persona expira, las células se marchitan y las bacterias invaden para iniciar el proceso de descomposición, en el cual influyen variables que aceleran o desaceleran dicho proceso. El clima, la temperatura ambiente y la acidez del suelo son agentes determinantes en esta dinámica.

Para ningún ecuatoriano es un secreto que el país, y con él su cuerpo social, atraviesa un proceso de descomposición. Identificar con rigurosidad los factores que han contribuido a este deterioro resulta urgente y necesario.

El oxígeno es vital para todo ser vivo. Sin él, la vida no sería posible, pues otorga energía y sustento a cada tejido. En el Ecuador, desde hace algún tiempo se escucha con frecuencia sobre la “recuperación del tejido social” y se proponen ideas para lograrlo. Sin embargo, la realidad es que hemos cerrado el oxígeno que este tejido requiere para funcionar. La paz, la justicia social, la igualdad, el reconocimiento del otro, la armonía: todos estos valores son el oxígeno indispensable de una sociedad.

Así como los tejidos orgánicos se mantienen gracias a un proceso bioquímico constante, el cuerpo social también necesita una nutrición permanente que le permita subsistir y funcionar adecuadamente.


La paz, la justicia social, la igualdad, el reconocimiento del otro, la armonía: todos estos valores son el oxígeno indispensable de una sociedad.


La polarización, que se aceleró hasta convertirse en odio, ha sido la hidrólisis que contribuyó a la descomposición social. Más de ocho años han pasado sin superar este efecto híbrido que hoy se expande como veneno, sumiendo a la sociedad en una espiral de violencia inédita en la historia democrática del país. La empatía, la capacidad de disentir con respeto, el valor de aceptar la diferencia, han sido sepultados. Se ha impuesto la homogeneidad como norma, mientras lo diverso se marchita y se condena a morir.

El estado famélico de las instituciones públicas es otro signo de este deterioro. La ciudadanía ha dejado de creer en aquello que configura y sostiene al Estado: un territorio, una soberanía, una cultura, una lengua y, sobre todo, la separación clara entre sus funciones e instituciones.

Hoy esa frontera necesaria se ha difuminado. En el hiperpresidencialismo y la figura del caudillo latinoamericano, el poder político se concentra en el gobernante de turno. Esa concentración borra límites, deteriora la democracia y acaba con el tejido social. No es posible hablar de democracia ni de recuperación del tejido social sin revitalizar a las instituciones, devolverles su razón de ser y evitar que sean mero ornamento del gobierno de turno.

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