Cada 20 de junio, el mundo recuerda a los millones de personas que han sido obligadas a abandonar sus hogares por conflictos, persecución o violencia. Es el Día Mundial del Refugiado, una fecha proclamada por las Naciones Unidas para rendir homenaje a su resiliencia y dignidad, pero también para invitar a una reflexión profunda sobre los desafíos que enfrentan en su búsqueda de protección y futuro.
Hoy, en medio de nuevas crisis humanitarias, guerras prolongadas y flujos migratorios sin precedentes, esta conmemoración adquiere una urgencia dolorosa. Pero también se vuelve profundamente significativa cuando se recuerda a quienes, más allá de las estadísticas y los titulares, vivieron y narraron esta realidad desde adentro.
Uno de ellos es Agni Castro Pita, escritor y funcionario de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados. Durante 25 años trabajó en primera línea con poblaciones desplazadas, recogiendo historias, acompañando procesos de refugio y transformando esas vivencias en relatos profundamente humanos. Su texto “La Travesía”, incluido en el libro Relatos en Claroscuro -publicado en Madrid en 2011 y reeditado en una tercera edición en Guayaquil en 2014-, es un testimonio desgarrador de ese mar que, lejos de ser puente hacia la esperanza, se ha convertido en tumba de sueños, memorias y vidas truncadas.
«Relatos en Claroscuro» son trece historias reales de personas en distintas partes del mundo. Narran experiencias de vida marcadas por el dolor y el desarraigo, ya sea en campamentos o en otras circunstancias extremas que han tenido que atravesar.
«La Travesía», uno de los 13 relatos, no es solo una pieza poética: es un espejo, a la vez crudo y lírico, de una tragedia que se repite una y otra vez en el Mediterráneo, en la selva del Darién, en la frontera sur de Estados Unidos y en tantos otros puntos invisibles del mapa, donde naufragan derechos humanos fundamentales.
Castro Pita habla de pateras y cayucos como “pasaportes de la muerte”, de gasolina mezclada con agua para borrar rastros, de adolescentes que aún en el naufragio priorizan salvar a otro antes que a sí mismos. Habla de la nobleza del ser humano enfrentado al horror, pero también de las complicidades y connivencias que alimentan un sistema que despoja, margina y olvida. Habla, en definitiva, de la deshumanización que persiste.
A través de su pluma, Agni nos obliga a mirar de frente. Nos recuerda que detrás de cada refugiado hay una historia única, irrepetible y muchas veces silenciada. Su legado como testigo comprometido y su trabajo desde el ámbito institucional merecen ser destacados en esta fecha, no solo por lo que hizo, sino por lo que nos enseñó: que narrar también es resistir.
Hoy, el mejor homenaje es leer, compartir y no olvidar. Porque la historia de quienes huyen, la de quienes ayudan y la de quienes cuentan son parte esencial de la humanidad que no podemos permitirnos perder.
Como homenaje a su legado -y al de quienes aún cruzan mares con la ilusión como único equipaje- comparto, de forma íntegra, el relato que hoy Agni nos entrega: un texto que conmueve e interpela.

LA TRAVESÍA
Por Agni Castro Pita
Madrid, diciembre 2009
El viaje hacia un amanecer promisorio se transformó en un ocaso sin mañana.
El viaje no tendría retorno. La hora veinticinco había sonado impertérrita, inapelable, en las frías aguas del mediterráneo.
Adiós sueños alimentados de quimeras, de vivencias y paisajes presentidos aunque desconocidos. La sonrisa se había ahogado en la oscuridad de la noche.
Las retinas hasta entonces saturadas con la luz de un futuro idílico se vieron anegadas por el paisaje desolador de la oquedad, por el terror de encallar en dimensiones no previstas, en el puerto de la oscuridad perpetua.
El último sabor que se llevaron no fue el del beso cargado de ausencia, fue el sabor insalubre de la muerte que a destiempo llegaba.
Incógnitos en la travesía… incógnitos en la muerte, pasaban a formar parte del número desconocido de aquellos devorados por el mar, versión eufemística para disfrazar las injusticias devorando al ser humano.
Medusa se había desplazado hacia estos confines, transformando en piedra a quien mirarla osare.
Testigo mudo de esa tragedia: el mar. Solo él conoce de la lucha de esos cuerpos -ya sin vida- aferrándose a un hálito de nada, pues aún la esperanza es fallida.
Todo forma parte del cotidiano del infortunio en el que el tráfico, las connivencias, las complicidades devoran con sus garras el destino de miles de personas.
La vida es una serie de colisiones con el futuro, decía Ortega y Gasset… Entra en colisión con él y lo vuelve atemporal.
Para la mayoría ese era su primer contacto con el mar. Muchos de ellos no se conocían. Hay episodios en la vida que son tan similares a la ficción: como en La tempestad de Shakespeare, la miseria había relacionado a extraños compañeros.
Huían de la miseria, se decía… En el fondo -vaya manera de decirlo- huían de la inequidad, de la sinrazón, del atropello, de la violencia, de las que la miseria es una de sus expresiones junto a otras tantas lacras.
Las pateras no son solo asunto de mafias. Son la expresión extrema de la pérdida de humanidad en el hombre, de la marginalidad, de la exclusión, del hambre, de lo que se transmuta en un futuro sin futuro…
Aquellas que logran llegar a puerto con sobrevivientes, llevan también consigo cuerpos descompuestos.
Gritos en la penumbra clamando auxilio… luces en el mar. Una lancha de salvamento se aproxima. Un adolescente lucha denodadamente con lo poco de energía que le queda. Noble en la vida, noble y generoso en el infortunio, pide que salven primero a otro menor que se está ahogando… Aún en esos momentos a veces brota lo más noble del ser humano.
Pateras, cayucos, barquillas hechas de amasijos de nada. Coladeros de la angustia, pasaportes de la muerte… llevando como timonel la escalofriante brújula áspera y ruda de la deshumanización del hombre, desembocando muchas veces en el abismo de la nada.
Les dan como combustible gasolina con agua mezclada, así, si se hunden no quedará rastro alguno… No habrá cuerpos ni testigos. No habrá crimen, no hay delito…
Funes (1) ha muerto y con él la memoria. El pasaporte del mañana tiene fecha perentoria. En el mundo hay gente que quiere olvidar sus propias pateras. Los Tártufo (2) prefieren camuflar u olvidar su propia sombra.
A esos tripulantes se les vende un sueño confiscado de antemano por el mar y los vientos, por el “pecado” de creer aún en la posibilidad de un mañana.
Los años, los siglos pasan y la historia se evapora… Se evapora el recuerdo…
Sin saberlo, se volvieron el eco de anhelos, de aspiraciones e ideales frustrados,
que se esfumaron con las olas,
se diluyeron en el mar,
se difuminaron en el viento.
(1) Funes el memorioso, cuento de Jorge Luis Borges
(2) Tartufo o el impostor, obra de Molière