La cultura de Guayaquil atraviesa un momento que obliga a reflexionar con profundidad. El reciente anuncio de que el Festival de Artes al Aire Libre (FAAL) no será reactivado y, además, la intención de presentarlo en diciembre, contradiciendo su naturaleza histórica y el marco legal que lo sustenta, evidencian un vacío institucional que la ciudad no puede permitirse.
El FAAL nació en el año 2000 como parte de las actividades de octubre establecidas en la ordenanza de concursos y preseas municipales, y su realización siempre requirió un presupuesto específico para garantizar su calidad y su sentido público. Alterar su fecha o declararlo sin respaldo presupuestario revela la falta de comprensión de su origen y de su lugar dentro del calendario cultural de Guayaquil. Es importante señalar, además, que esta pausa no es nueva: la caída del festival comenzó en el 2020 con la llegada de la pandemia, un momento en que su continuidad se vio interrumpida y nunca volvió a recuperarse plenamente, dejando un vacío que se profundiza hasta hoy.
Este hecho no es aislado. Forma parte de un deterioro mayor en la gestión cultural que ha permitido que una parte fundamental de la vida pública de la ciudad se desvanezca en silencio. La ausencia de continuidad, la falta de documentación digitalizada y el desconocimiento de las ordenanzas vigentes han contribuido a que la memoria cultural reciente permanezca fragmentada, incompleta y desprotegida. Lo que está en juego no es un solo festival, sino una forma de entender la cultura como territorio, identidad y ciudadanía.
Frente a este escenario, la Escuela de Ciudadanía de El Costanero abre una nueva línea de trabajo dedicada a rescatar la memoria cultural de la ciudad. No se trata únicamente de volver a hablar del FAAL, sino de comprender por qué nacieron los eventos que marcaron una época, cómo evolucionaron y por qué su interrupción afecta directamente a la comunidad. La cultura no es un accesorio ni un evento ocasional. Es un tejido de prácticas, programas, decisiones públicas, espacios compartidos y símbolos colectivos que definen la forma en que una ciudad se reconoce y se proyecta.
A partir de los hechos recientes, este escenario motiva a la Escuela de Ciudadanía a convertir este tema en su próximo eje de trabajo, por lo que desde ya se ha iniciado el proceso de investigación y reconstrucción de esta memoria cultural que la ciudad necesita recuperar. La memoria del FAAL será un punto de partida, pero el propósito es más amplio: reconstruir, desde adentro y desde la mirada de quien formó parte integral de ese periodo, la historia cultural de una ciudad que alguna vez entendió que la cultura formaba parte de su estructura más profunda y de su proyecto colectivo.
Esta reconstrucción recorrerá documentos, relatos, experiencias y vivencias que permitan comprender la relevancia que estos procesos tuvieron en la vida de Guayaquil. Y más allá de quienes fuimos parte desde adentro de su desarrollo, es fundamental que esta tarea se construya junto a la ciudadanía, porque ellos fueron, y siguen siendo, el verdadero motivo de todo esfuerzo cultural. Una ciudad se explica por su gente, y ninguna memoria está completa sin la voz de quienes la vivieron desde las calles, los parques, los escenarios y los espacios públicos. Por eso es indispensable sumar los archivos que cada persona conserva, los testimonios que habitan en la experiencia de artistas, gestores, vecinos y espectadores, los programas que alguna vez circularon, los registros fotográficos y las historias que forman parte del patrimonio intangible de Guayaquil. Cada fragmento ayuda a recomponer lo que fuimos y lo que podemos volver a ser.
«Conocer lo que se hizo y lo que no se ha hecho permite tomar mejores decisiones, exigir mejores políticas y fortalecer la participación ciudadana.»
Esta nueva serie nace porque la cultura no puede improvisarse ni justificarse con anuncios sin acción. Requiere continuidad, presupuesto, planificación y respeto por la historia. Recuperar la memoria cultural es un ejercicio de ciudadanía y un acto de responsabilidad pública. Es comprender que una ciudad sin memoria es una ciudad que renuncia a su identidad y a su capacidad de proyectarse hacia el futuro.
La Escuela de Ciudadanía asume esta tarea no como una mirada nostálgica, sino como un compromiso con el presente y el porvenir. Conocer lo que se hizo y lo que no se ha hecho permite tomar mejores decisiones, exigir mejores políticas y fortalecer la participación ciudadana. La memoria cultural es un derecho de la comunidad y su recuperación es indispensable para que Guayaquil vuelva a reconocerse en aquello que la hizo vibrar.
Nos vemos en el 2026. Están todos invitados a ser parte de esta reconstrucción colectiva de la memoria cultural de nuestra ciudad. Para compartir archivos, testimonios o información, pueden escribir a:
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