Desde las montañas del sur del Ecuador hasta los bosques del norte del estado de Nueva York, la historia de Andrea Cristina Mejía es la de un viaje de retorno a lo sagrado. Nacida en Guayaquil, artista, artesana, diseñadora y activista, ha tejido con el tiempo un proyecto que conecta su herencia ancestral con su vida actual en Estados Unidos: Sumak, una marca nacida del respeto profundo por la naturaleza y, especialmente, por el palo santo, árbol sagrado de los pueblos originarios de la región andina y costeña.
“Desde niña el palo santo estuvo presente en mi casa. Recuerdo a mi abuela encendiéndolo y diciéndonos que servía para ahuyentar los mosquitos, pero yo sentía que había algo más. Era una práctica cargada de memoria ancestral”, explica. Ese recuerdo fue el punto de partida de una búsqueda que años más tarde se transformaría en un propósito de vida.
A los 21 años, Andrea emigró a Nueva York para estudiar teatro en el Queensborough Community College. Allí se formó como artista performática, pero su camino tomó un giro hacia el activismo medioambiental. “Trabajar con Greenpeace fue un despertar. Entendí que la lucha por la naturaleza y la justicia social debía ser una forma de vida”, dice.
“Cada producto tiene alma. Está hecho a mano, en pequeñas tandas, con respeto y gratitud hacia la tierra.” AndrEa Cristina
Con el tiempo, formó una familia y decidió mudarse al Hudson Valley, un entorno más tranquilo a dos horas de la gran ciudad. Fue allí donde el eco de su linaje la llevó a dar forma a Sumak, una propuesta que une espiritualidad, conciencia ambiental y un compromiso profundo con las comunidades que custodian el bosque seco tropical del litoral ecuatoriano.
El regreso a Ecuador en 2020 marcó un punto de inflexión. Andrea visitó la comuna Aguadita, en Colonche, Santa Elena, donde se produce el aceite de palo santo que su abuela había usado durante años. “Fue un momento de revelación. Comprendí que mi propósito no era solo comercializar un producto, sino ayudar a las comunidades que viven de este trabajo y crear conciencia sobre lo sagrado y frágil que es esta medicina.”

El nombre Sumak, que en kichwa significa belleza, esplendor, perfección, resume la esencia de su proyecto. “Sumak es lo que siento cuando trabajo con estas medicinas de la tierra: belleza pura, armonía espiritual. También representa el vínculo con nuestra lengua originaria y la soberanía cultural que debemos recuperar.”
Andrea explica que el palo santo (Bursera graveolens) es una medicina con una historia milenaria. “El fruto contiene vitaminas A y C, y su aceite es antiinflamatorio, antioxidante y antiséptico. Ayuda a la digestión, alivia dolores musculares y fortalece el sistema inmune. Su aroma nos ayuda a regresar al presente, disipa la ansiedad y nos conecta con la serenidad.” En el plano espiritual, recuerda, los pueblos incas lo usaban en ceremonias sagradas para purificar templos y como ofrenda a los ancestros.
“El humo del palo santo no es tóxico, como muchos creen. Estudios demuestran que ayuda a desinfectar y purificar el aire. Lo preocupante es su mal uso: se ha convertido en un simple ambientador, y eso le quita el sentido sagrado. El palo santo debe usarse con intención y respeto; si solo buscas aroma, hay otras plantas, como la lavanda o el laurel, que pueden cumplir ese papel.”

El encuentro con los comuneros que recolectan el palo santo cambió su mirada. “Conocer a quienes hacen posible que el aceite llegue hasta nosotros fue revelador. Suben montañas durante horas, cargan troncos en sus espaldas, clasifican la madera pieza por pieza y, muchas veces, no reciben pago justo. Viven sin agua potable, sin electricidad, pero sostienen una cadena de vida que el mundo entero aprovecha.”

De esa experiencia nació el Proyecto Sumak, que busca fortalecer el comercio justo y la conciencia social. “Durante años, comerciantes extranjeros se enriquecieron con nuestra cultura ancestral. Ya es hora de que los pueblos locales también se beneficien. Estas personas merecen dignidad y reconocimiento. Nosotros, los hijos de esta tierra, debemos recuperar nuestras medicinas y ser quienes las compartamos con el mundo.”
Sumak, insiste Andrea, no es solo una marca, sino un movimiento de justicia social y educación ambiental. “Necesitamos que los propios comuneros cuenten sus historias y se capaciten en la administración de recursos para mantener el bosque seco tropical vivo. La educación es la herramienta que garantizará la continuidad de esta medicina ancestral.”
Sumak nació con una visión integral del bienestar: “Cuerpo sano, mente sana. Nuestro cuerpo es nuestro primer templo”, afirma Andrea. La línea Sumak Essentials ofrece productos elaborados artesanalmente, sin químicos ni preservantes, inspirados en el poder natural del palo santo.

“Todo lo que usamos influye en nuestra salud física, mental y espiritual. Nuestros antepasados sabían que la medicina que necesitamos está en la naturaleza. Volver a ella es también una forma de reconectar con nosotros mismos.”
En su taller de Hudson Valley, Andrea elabora cremas faciales con agua de rosas y karité, jabones naturales de sábila, miel y flores infusionadas, desodorantes sin aluminio, aerosoles con hamamelis y aceite de rosas, bálsamos labiales y roll-ons con mezclas de lavanda, manzanilla y palo santo. “Cada producto tiene alma. Está hecho a mano, en pequeñas tandas, con respeto y gratitud hacia la tierra.”
Sumak es también un proyecto tejido en familia. “Mi madre me ayudó a hacer los primeros jabones, como un regalo de bodas. Mi abuela sigue siendo mi proveedora de aceite esencial y mi tía me apoya desde Ecuador con la compra de textiles. Sin ellas, nada de esto existiría.”
La marca empezó distribuyendo mantas de alpaca, ponchos y chales andinos, productos que Andrea planea retomar. “Cada artesanía tiene un rostro y una historia. Mi sueño es contarlas al mundo y construir redes de colaboración entre artesanos para un comercio justo y equitativo.”
Actualmente, Sumak está presente en ferias locales y en redes sociales, y trabaja en el lanzamiento de su página web. “Mi sueño es llegar a más comunidades, crear alianzas con artesanos del Ecuador y del mundo, y mantener viva la conexión entre la tierra, la espiritualidad y la belleza.”

Cada mañana, en su casa del valle del Hudson, Andrea enciende un pedazo de palo santo. “Es mi ritual diario: agradecer y pedir claridad. Ofrezco el humo al cielo y luego a la tierra, me bendigo con él y pido limpieza y enfoque para lo que estoy a punto de hacer.”
En ese gesto sencillo, Andrea condensa el sentido profundo de su proyecto. Sumak es más que una marca: es una manifestación de gratitud, una forma de sanar desde el respeto a la tierra y a los ancestros.
“El humo que se eleva es la metáfora de nuestra conexión: entre Ecuador y Nueva York, entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre el alma y la materia. Sumak es la prueba de que aún podemos vivir en armonía con la Tierra, si recordamos de dónde venimos y honramos aquello que nos sostiene.”