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jueves, junio 26, 2025
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Paz en un mundo herido: pensar lo impensable

Editorial

Desde distintos puntos del planeta, la humanidad sangra. Gaza, Ucrania, Sudán, Haití, Yemen… nombres que resuenan no solo como lugares, sino como heridas abiertas en el cuerpo de un mundo que parece haber olvidado cómo dialogar sin armas.

Vivimos en una era marcada por una paradoja inquietante: nunca antes hemos tenido tantos medios para comunicarnos, y sin embargo, reina el ruido, el desacuerdo y la desconfianza. Mientras la tecnología avanza, la empatía retrocede. Los conflictos se multiplican, y las víctimas suelen ser las mismas: civiles atrapados, familias desplazadas, infancias truncadas.

El conflicto en Ucrania nos recuerda que la guerra no es cosa del pasado ni exclusiva del sur global. El drama palestino-israelí, intensificado brutalmente en Gaza, pone en evidencia el fracaso de la diplomacia frente al odio acumulado. En otros lugares menos visibles del mapa mediático, como Sudán, Etiopía o la República Democrática del Congo, las guerras olvidadas siguen cobrando vidas en silencio. Las tensiones entre potencias, como Estados Unidos, China y Rusia, reviven los fantasmas de una guerra fría que nunca terminó del todo.

Y, en medio de todo esto, millones de personas caminan sin rumbo, empujadas por la violencia, el hambre, el colapso ambiental o la persecución. La migración forzada no es un fenómeno aislado: es el rostro humano de un orden global roto.

Frente a este escenario, hablar de paz puede parecer ingenuo. Pero es precisamente ahora cuando más urge hacerlo. Porque la paz no es una utopía abstracta ni una concesión de los poderosos. Es un derecho. Y también una responsabilidad colectiva.

Paz no es solo cesar el fuego. Es justicia, es memoria, es reconciliación. Implica reconstruir vínculos, asumir verdades incómodas, y reconocer que ninguna solución será sostenible si se basa en la humillación del otro.

Pensar la paz hoy significa desafiar el cinismo, recuperar la capacidad de indignarnos, y comprometernos, desde donde estemos, con una humanidad que no se conforme con sobrevivir entre ruinas. Porque lo impensable no es la guerra: es seguir aceptándola como destino inevitable.

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